ART JOURNAL
Entre bocinas y semáforos rojos
Salí de casa a comprar algo de comida y a ponerle gasolina al coche.
10/28/20252 min read


Salí de casa a comprar algo de comida y a ponerle gasolina al coche. Mientras me estacionaba, una mujer de mediana edad pasó tan cerca de mi vehículo que casi me rozó. Me quedé unos segundos con la mano en la bocina para evitar el golpe. Cuando finalmente pasó, noté que llevaba el celular en la mano. Ni siquiera se inmutó; siguió como si nada.
Lo más preocupante es que no fue un caso aislado. Cada vez veo más gente conduciendo con el teléfono en la mano: algunos hablan, otros incluso chatean. Me pregunto cómo se puede vivir siendo tan inconsciente, tan indiferente ante un riesgo tan grande.
Hace un par de meses, estuve a punto de sufrir un accidente como conductora. Iba por la autopista, detrás de un camión que se cambió al carril izquierdo. En ese momento vi cómo un auto intentaba incorporarse al mío, tan lento que apenas se movía, y sin encender las luces de señalización.
Yo iba a unos 90 km/h. Lo único que pude hacer fue esquivarlo reduciendo la velocidad lo suficiente para no volcar. Gracias a Di-s— no había otro vehículo del lado al que me moví. Si hubiera frenado de golpe, probablemente habría provocado un choque múltiple. Justo en ese punto de la autopista hay un semáforo de acceso, y fue ahí donde todo ocurrió.
En la maniobra me pasé la luz roja. No lo hice adrede; reconozco mi error. Había un policía cerca. Me siguió, me detuvo y me pidió los documentos. Entonces me hizo la pregunta más absurda que podía hacer en esa situación:
—¿Por qué se pasó la luz roja?
Respiré hondo. Le expliqué lo que había pasado, y su expresión cambió. Solo me dijo que podía continuar. Pensé en decirle: “Señor, si usted supiera que estoy a punto de registrarme como instructora de manejo para enseñar a tantos desadaptados al volante…”. Pero no lo hice y seguí mi camino.
Mientras avanzaba, ya más tranquila, no podía dejar de pensar: yo había cometido una imprudencia, sí, pero ¿por qué no se sanciona al verdadero responsable? ¿Por qué no fue detrás del conductor que se incorporó mal?
Si tuviera el poder, sería muy severa: le quitaría la licencia a medio mundo. Siempre he preferido ser la copiloto —la que pone la música, la que compra los snacks— antes que irritarme con cada imprudente que no valora su vida ni la de los demás.
Escribí un ensayo hace poco tiempo en el que dediqué dos capítulos enteros a los accidentes. He estado en varios como copiloto, y créanme: es de las peores experiencias que se pueden vivir. Ver tanta sangre, tanto horror, y todo por culpa de la irresponsabilidad de quienes salen a manejar como si nada. Porque si conduces con el celular en la mano, estás dispuesto a matar. Si manejas ebrio, también estás dispuesto a matar. Y el daño colateral siempre lo sufren los más inocentes.
Disfruto conducir; me resulta divertido. Pero siempre hay algún loco que me obliga a mantenerme en modo alerta.
Con el tiempo he entendido algo: las personas solo cambian —si es que lo hacen— cuando la vida los sacude tan fuerte que les obliga a ver las cosas con otros ojos.
Sigo aprendiendo que no basta con conducir bien: hay que conducir con conciencia.
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