ART JOURNAL
La ruta del reencuentro
10/12/20256 min read


Vica, con la piel bronceada y el cabello recogido en una coleta alta, estaba al volante. M se acomodó en el asiento trasero y yo iba de copilota. Vica es una de las personas más observadoras que conozco y enseguida se dio cuenta de que M estaba muy callada. Me preguntó en voz baja si sabía qué le pasaba. Le dije que no. Quien conoce a M sabe que es de las más extrovertidas, de las que no se guardan nada, pero algo en ese momento parecía impedirle abrirse como de costumbre. Antes de conectar el celular a la radio, me giré y le pregunté si todo estaba bien. Ella respondió que sí, aunque entendí que no quería hablar, así que no insistí. Le dije que, cuando quisiera, podría contar lo que la molestaba, y ella solo me miró y asintió.
Como copilota, puse mi playlist. Las ventajas de ser la “baby” del grupo son que siempre me salgo con la mía. Por momentos, el viaje se volvió ruidoso, con todas cantando a todo pulmón, y eso hizo que el ambiente fuera más distendido y alegre. Era un viaje para celebrar el cumpleaños de Vica. Sé que si escribo su edad y ella lo ve, se va a enfadar, así que mejor lo omito. Digamos "++", jaja.
Cuando estábamos por llegar a nuestro destino, sonaba Stereo Love, y eso fue suficiente para que M se viniera abajo. En todos los años que la conozco, nunca la había visto así.
El carro se detuvo y salimos a abrazar a nuestra amiga. Parecía una niña pequeña llorando. Me dio mucho sentimiento verla así, así que también lloré. Y Vica, que siempre intenta hacerse la dura pero es más blanda que un pan, también se puso a llorar. La escena era irreal: tres chicas llorando en la carretera. No sabía qué decir ni qué hacer. Lo único que alcancé a decir fue que estábamos allí para ella. M se disculpaba por ponernos en esa situación. Vica le dijo que no dijera eso, que las amigas están para las buenas, las malas y las peores, y es cierto.
Finalmente llegamos a casa de Vica y M nos contó lo que estaba pasando. Ya nos hicimos una idea de la situación. Aunque el inicio del fin de semana fue un poco irreal, el transcurso mejoró. M estaba más tranquila y nosotras menos preocupadas. Esa noche nos reunimos en la habitación de M e hicimos una pijamada. Cuando tenía ocho años me encantaba hacer fuertes; cogíamos mantas y armábamos como una tienda de acampar, y nos escondíamos dentro. Comencé a traer mantas de las otras habitaciones y construí un fuerte, lo llené de almohadas, y las miradas de mis amigas eran de desconcierto, preguntándose qué estaba haciendo.
Cuando terminé, entré al fuerte y me acosté. Pasaron pocos minutos y entraron M y Vica. Tuvimos la mejor charla catártica que no habíamos tenido en mucho tiempo. Expresamos temores, esas cosas que dan miedo decir en voz alta. Para mí, el fuerte siempre ha sido un lugar seguro; puedes decir lo que sea y nadie te va a juzgar ni cuestionar.
Al día siguiente llegó la familia y los amigos de Vica de la escuela de waterpolo para celebrar su cumpleaños. Ella ya estaba bastante animada. Algunos rostros me eran familiares, otros no tanto. Comenzaron a armar los equipos, así que nos integramos. Nuestro equipo ganó varias veces. En eso, Vica me mira y me dice que había olvidado lo “bossy” que me puedo volver a la hora de jugar; yo solo asentí porque es verdad. Luego le pregunté si se estaba divirtiendo y me respondió que le recordaba al bachillerato, cuando hacíamos torneos express.
Trascurridas unas horas, los juegos terminaron y nos alistamos para la comida. Nos dirigimos al jardín, donde estaban las mesas. En eso, M entra con una tarta en las manos y todos hacen un semicírculo para cantar Happy Birthday. Vica empieza a hablar y se emociona con su discurso, derramando unas lagrimillas. Todos aplaudimos y al final le deseamos lo mejor. Mientras comenzaban a servir la comida, un joven me preguntó si quería vino rosso. Le dije que no y me dio un refresco en su lugar. M me mira y, aunque sabe que lo odio, igual me revuelve el cabello. Ya lo he mencionado en otros escritos. Me dice que no me estoy perdiendo nada bueno, a lo que le respondo que lo sé.
Le comenté que no entendía cómo a las personas les gusta la cerveza si es amarga; si fueran por los cócteles, les entendería, porque son dulces. Ella me respondió que es porque tienen “paladar de adulto”, y yo le di un ligero codazo. La cumpleañera se acercó, cual madre que viene a separar a sus hijas que se están peleando, y le dije que ella empezó, señalando a M. Vica se limitó a sonreír, mientras M dijo que me llevara a la mesa de infantes, que no sabía comportarme. Me levanté; la comida no era formal, así que ignoré los protocolos y fui a servirme un poco más de la salsa del salmón, que estaba increíble, todo con el plato en la mano.
Cuando llegué a la cocina, entré a hurtadillas, pensando que podría haber alguien. Me dirigí a las bandejas plateadas donde supuse que estaban los alimentos y, justo cuando iba a servirme, alguien gritó: “¡No!” Me asusté, porque pensé que no había nadie. Apareció una señora y me preguntó qué deseaba. Casi le arruino su salsa por intentar tomarla con un utensilio inadecuado.
Le dije que lo sentía; ella era la encargada del catering. Con una sonrisa amable me preguntó si quería que me sirviera. “Por supuesto”, le dije, y me sirvió más salsa del salmón, que estaba realmente impresionante.
Cuando me devolvió el plato, le pregunté si no le molestaba que me quedara ahí. Ella, muy amable, me dijo que no, que no había problema. Le pregunté si no deseaba comer; me dijo que no podía, que estaba trabajando. Se me hacía extraño comer mientras ella me miraba. Le ofrecí unas galletas que saqué de mi bolsillo, diciéndole que eran buenas. Ella aceptó y me dijo que estaba bien. Aunque le advertí que no eran kosher, ella me miró y yo le señalé el maguén que tenía en su cuello. Dijo que no era judía.
Le comenté que era curioso que alguien no judío llevara una estrella de David, y ella respondió que tenía interés en Israel. Le dije que eso era poco común. Ella explicó que su abuela lo había sido. Eso tenía más sentido.
La señora saboreaba las galletas que le había dado y dijo que no estaban mal. Le respondí que eran bastante buenas para ser de tomate con albahaca. Luego me preguntó si yo era judía, señalando el maguén en mi brazo. Le dije que no, que simplemente me gusta meterme en problemas. Ella se rió. Mientras seguía comiendo las galletas, le pregunté si no tenía miedo de llevar la estrella de David. Ella me miró y me dijo que si yo no tenía miedo. Ahora entiendo por qué Vica se queja cuando respondo una pregunta con otra.
Le dije que era temeraria, que no me daba miedo. Ella me observó y me dijo que a su edad ya no la asustaban esas cosas. Yo sonreí. Me preguntó si había tenido algún problema. Le dije que nunca falta algún zopenco con algún insulto, pero nada grave.
Luego me preguntó si iba a celebrar Janucá. Le dije que no suelo celebrar las fiestas. Ella me dijo que lo intentara, que no perdía nada. Le dije que lo iba a pensar. Cuando estaba por terminar mi plato, me sirvió un ponche. Le dije que muchas gracias, pero que no bebía; el alcohol me sienta fatal. Ella respondió que era el que les dan a los niños. Solo asentí.
Me levanté y fui a lavar mi plato. Ella me dijo que no lo hiciera. Yo insistí. Cuando terminé, le pregunté si podía darle un abrazo. La señora se sorprendió, pero dijo que estaba bien. Mientras la abrazaba, entró M y le preguntó a la señora si la estaba molestando. Le dije a la señora que se cuidara y me despedí. Luego abracé a M y le dije que la perdonaba por estarme molestando.
M me miró, me tocó la frente y preguntó si no estaba enferma. Me reí y salí de la cocina.
Fui al jardín y me senté en el borde del muro que divide los espacios exteriores. Se acercó Vica, me dijo que me estaba buscando, le respondí que estaba en la cocina, conversando con la señora del catering, aunque no sabía su nombre. Vica me dijo que se llamaba Jaia. Nos quedamos ahí, entre risas y bromas, como si el tiempo se hubiera estirado, haciendo lo que mejor sabemos: ser nosotras mismas, con todas nuestras imperfecciones, con todos nuestros miedos y nuestras risas.
Cuando la noche llegó a su fin, me sentí contenta. Contentísima. No por la fiesta, ni por los juegos o las canciones, sino por esos momentos auténticos, esos pequeños instantes donde estás con las personas que aprecias. Con las luces de la ciudad parpadeando desde el auto, me di cuenta de algo: la vida puede ser bastante simple si estás rodeada de las personas correctas.
Imagen Rediseñada 18/12/2025
Mientras haya memoria, los caídos nunca serán olvidados.
Ale
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